Pablo Neruda fue un hombre de muchas caras, excesivo y epicúreo. Combinó estas cualidades tanto en la diplomacia como en la poesía, y su vida le llevó a los cuatro rincones del mundo sin dejar de estar increíblemente arraigado en su Chile natal.
Fue cónsul y activista político hasta que perdió la vida, pero sin duda es el poeta que más fascina hoy en día.
El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió, para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.
Pablo Neruda
Podría decirse que la poesía de Pablo Neruda se desbordó de sus obras literarias como un fluido mágico, filtrándose en los más pequeños intersticios de la vida cotidiana, y fue en su obra arquitectónica donde logró este increíble subterfugio.
Poniéndose una segunda piel, el poeta se metamorfoseó en constructor y logró la hazaña de diseñar y vivir en tres casas en tres partes diferentes de Chile casi simultáneamente, cada una con una misión específica. Creó habitaciones y colocó objetos para contar historias sin palabras.
Lo más increíble de la visita a estas tres casas es que todas ellas están completamente fuera de las reglas de la arquitectura, e incluso se podría decir que están hechas de ladrillos y mortero. Parece que no tenían ningún plan preconcebido. Difíciles de aprehender con una simple mirada, complicados de entender, confusos en su deambular, son tan iniciáticos como hechizantes.
Nada más cruzar el umbral, uno se siente embarcado en otra dimensión, llevado por la poesía pura que emana de cada rincón. Pablo Neruda escribió sus casas más que las construyó.
La Chascona, en Santiago de Chile, estaba destinada a albergar su amor secreto con la mujer de su vida, en el corazón de la ciudad pero frente a la cordillera de los Andes.
De las estrellas que admiré, mojadas
por ríos y rocíos diferentes,
yo no escogí sino la que yo amaba
y desde entonces duermo con la noche.
Cien sonetos de amor (1959) -Pablo Neruda
La Sebastiana de Valparaíso fue imaginada como un barco borracho tirado en las laderas de esta ciudad bohemia y misteriosa frente a un puerto mítico.
En cuanto a Isla Negra, que lleva el nombre de la pequeña ciudad donde se encuentra, fue el último fondeadero del poeta, al pie del cual rompen las inmensas olas del Océano Pacífico.
Más allá de la arquitectura y de la excepcional ubicación de cada una de sus casas, es el ambiente que se respira en su interior lo que más emoción provoca. Las habitaciones están dispuestas de tal manera que nos alejan del mundo exterior y nos invitan a formar parte del proceso creativo de su autor. Al pasar de una habitación a otra, ya no visitamos una casa, sino que formamos parte de ella. Además, Pablo Neruda era un coleccionista impenitente que sentía veneración por los objetos. Le gustaban especialmente los objetos de uso cotidiano y respetaba el amor y el trabajo que el hombre había puesto en su creación.
El objeto único o múltiple le aportaba una plenitud por lo que representaba. Están todas las que evocan el mar que tanto le fascinaba, pero también las que están ligadas a un recuerdo, a un episodio de su vida, a un encuentro con amigos, a momentos de convivencia, a un viaje, a la mujer que veneraba. Estos objetos están tan invadidos que son los verdaderos habitantes de estos lugares y su acumulación nunca es asfixiante. Por el contrario, forman parte de la obra del poeta y participan en la narración.
¿Es el arte de colocar estos objetos en el lugar que les corresponde, de saber rendirles homenaje, o más bien el arte de haberlos amado tanto como para que cobren vida?
Es curioso observar que todo, en estas tres casas, va en contra de los cánones estéticos y sin embargo su poder de seducción es tal que uno sale de ellas completamente aturdido. De hecho, no se sale de un lugar, sino que se extrae de un poema. Resulta entonces extraño encontrarse como ser humano cuando uno se había sorprendido a sí mismo formando parte de los versos del señor Neruda sin saberlo. Este hombre definitivamente tenía el don del alquimista, transformando la materia en una nebulosa de ensueño.
Texto de Claudia Gillet-Meyer, Fotos de Regis y de la Fundación Pablo Neruda
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