Los diseños de Luis Barragán quitan el aliento por su sencillez y luminosidad.
Mantener la sencillez es extremadamente difícil. La superfluidad y los rodeos son siempre una forma de ocultar lo esencial, pero está claro que Barragán nunca ha recurrido a este subterfugio.
Mexicano hasta la médula, este hombre estaba intrínsecamente ligado a los movimientos arquitectónicos de su época, y esta mezcla de diferentes corrientes se expresaba en su arquitectura mediante una firma muy particular.
Cuando europeos como Le Corbusier y Van der Mies simplificaron los edificios y sus formas, el blanco resultó ser el mejor tono, el que magnificaba el minimalismo y le daba elegancia. Barragán abrazó la pureza de sus contemporáneos, pero no siguió esta tendencia cromática. Las vibraciones de su México natal volvieron a él y los rosas, amarillos y azules luminosos colonizaron las paredes de sus obras como tantas salpicaduras de alegría intensa y primitiva.
Hay una paradoja en las influencias que ha recibido este hombre, tan casi antinómicas a primera vista.
Nació en 1902 en Guadalajara, en el estado de Jalisco. Aunque las tradiciones de este estado han dado al mundo entero una imagen exuberante y alegre de México, desde el tequila hasta los trajes de los mariachis con sus sombreros, los principales recuerdos de Barragán son de la hacienda de su familia en el campo de Mazamitla. En contraste, se impregnó de los colores de la tierra, la vegetación, los paisajes, los caballos y las cascadas puras que echaron raíces en él, esperando a ser reveladas.
Tras licenciarse en ingeniería a los 23 años, aprendió arquitectura de forma autodidacta, sobre todo gracias a sus viajes por Europa. Lo que más le atraía era el Mediterráneo, sobre todo Grecia y España. Y fue su encuentro con Ferdinand Bac lo que le permitió reunir todos estos descubrimientos. Bac era un personaje extraordinario. Dibujante y escritor, se convirtió en paisajista a los 50 años y creó algunas de sus mejores obras en la Costa Azul, de las que hoy sólo queda el Jardin des Colombières en Menton. Bac permitió a Barragán tejer los hilos de la incompatibilidad.
Aunque Barragán admiraba la arquitectura modernista de Le Corbusier, le resultaba imposible no enamorarse de la Alhambra de Granada o sentir la poderosa llamada de la naturaleza que le rodeaba. ¿Podría decirse que Fernando Bac le liberó al permitirle expresarse como quisiera, con personalidad propia y sin tener que elegir? Todo puede conciliarse siempre que se expresen la sinceridad y la sensibilidad.
Barragán hilvanará el botín europeo que trae de vuelta a su país. La modernidad es el tema principal, el telón de fondo. Añade los colores de su tierra natal, los interiores y exteriores de las casas arábigo-andaluzas, el atisbo de un jardín y la intensidad de una luz controlada. Los colores elegidos son los más intensos y los más honestos. Los que no mienten y los que hablan mexicano. Los utiliza con aplomo y afirmación, como un manifiesto. Son los compañeros indispensables de su arquitectura depurada, eficaz e increíblemente seductora. Trazan el camino de una habitación a otra, invitan a la contemplación, nos sorprenden donde menos lo esperamos, subrayan la naturaleza o la preceden, son jocosas o solemnes, como las musas del artista.
Barragán es un arquitecto-artista, un constructor-poeta, un mago de la luz. Vive y respira colores. Los conoce, los estudia y los ama. Se dice que con su amigo, el pintor Jesús Reyes Ferreira, discutía amargamente sobre los colores durante días, meses e incluso años. Su dominio del color es su marca definitiva. Le ha permitido integrar perfectamente la modernidad de su tiempo sin perder lo que le mueve, con una obra eminentemente vinculada a México sin ser nunca folclórica.
Cuando uno se enfrenta a una de sus creaciones, no puede confundirse; lo que es «Barragán» es inmediatamente reconocible. Quizá también porque su arquitectura tiene una dimensión espiritual única. Este piadoso perfeccionista tenía el poder de construir lugares tranquilizadores y alegres, íntimos, chispeantes y elegantes. Lugares que hablan al alma de quienes los habitan.
Sumergirse en los brillantes amarillos, rosas o azules de Barragán es como hacerlo en un baño tradicional japonés que purifica la mente utilizando el cuerpo como pretexto. De hecho, no hay nada más sereno que una arquitectura bañada en tanta luz. Su sencillez es sobrecogedora, purificadora e iluminadora. Ante tal yuxtaposición de colores, uno podría haberse temido lo peor. El genio de Luis Barragán ha revelado lo mejor.
Texto de Claudia Gillet- Meyer y fotos (tomadas en la casa Girladi y la Casa Barragan de Mexico capital) de Régis Meyer.
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