En el límite de Maramures, la región más exquisita y típica de Rumanía, justo en la frontera con Ucrania, se encuentra un pequeño cementerio conocido como el «cementerio alegre». Así se llama, por muy anacrónico que sea ese nombre.
Y efectivamente, al cruzar las puertas, te asalta una explosión de color, una especie de prado de flores de 800 estelas rectangulares de madera pintada, todas idénticas y diferentes, coronadas con una cruz de dos o tres puntas y rematadas con un pequeño tejado. Y se podría pensar que por eso se llama así. «Alegre» porque es luminoso, colorido y acogedor. Pero detenerse ahí sería no entenderlo.
El cementerio de Săpânța es alegre porque habla de los vivos, no de los muertos. Es un contador de historias, divertidas, banales, tristes, misteriosas, trágicas, hilarantes. Historias de vida.
Todo empezó en 1935, cuando un artesano local llamado Stan Loan Patras talló el primer epitafio que describía la vida del difunto en una cruz de roble brillantemente decorada. Nada más normal para un habitante de esta región donde la madera es símbolo de perpetuidad y eternidad. En Săpânța, como en la mayor parte de la región de los Cárpatos, el bosque siempre ha sido la base de la actividad económica, y los lugareños siempre han utilizado la madera en su arquitectura rural, tallándola en una gran variedad de motivos geométricos y florales tradicionales. Stan Patras era uno de estos talladores de madera, pero como también era pintor y poeta, eso marcaba la diferencia.
De hecho, al relatar la vida sobre la muerte en la estela del difunto, revivía la tradición de los romanos que ocuparon estas tierras. Los romanos, al anunciar la muerte de alguien, no decían que había muerto, sino que utilizaban la palabra VIXIT: «Vivió».
Así que Stan Patras decidió rendir homenaje a los vivos. Nunca dejó de contar y pintar las historias de los muertos, y su aprendiz, Dumitru Pop, tomó el relevo. En su particular estilo de arte naif, estableció una especie de norma. Todas las lápidas y cruces están pintadas de azul, en un tono particular que hoy se conoce como «azul Săpânța».
Cada estela lleva grabado un epitafio escrito en versos cortos, como una balada popular. Estos versos son sencillos y espontáneos, escritos en el dialecto de Maramures, pero están llenos de ingenio y resumen la esencia de la vida de la persona que yace bajo la cruz. En conjunto, estos epitafios constituyen una verdadera crónica de la vida de los habitantes de esta localidad, con sus preocupaciones, pensamientos, sentimientos, habilidades y dramas. Los epitafios pueden ser incluso moralizantes, elogiosos o reprensivos, hablar de virtudes o de vicios, de afanes heroicos e incluso de cobardía o de ánimos pendencieros. En todos los casos, es único.
Bajo esta pesada piedra
Yace mi pobre suegra
Tres días más habría vivido
Habría leído mi epitafio.
Vosotros que pasáis
Por favor, no la despertéis;
Porque si volviera a casa enseguida
Me gritaría como siempre.
Hago lo que puedo
para mantenerla allí.
Debajo de la cruz, la persona en cuestión aparece pintada con colores brillantes en un momento importante de su vida, a menudo acompañada de elementos del mundo en el que vivió. A veces, estos dibujos mezclan lo real con lo fantástico, representando a personas en el transcurso de su vida: trabajando en un taller, yendo a la escuela, cantando o bailando, cocinando, yendo a la guerra…
Dicen que los cementerios son bibliotecas pero, en la mayoría de los casos, estas bibliotecas están cerradas para nosotros para siempre porque las historias de estas vidas que han terminado, ya han sido olvidadas. En Săpânța, la biblioteca está siempre abierta y, de este entorno alegre y colorido, surge un rumor imperceptible. Nos parece oír vacas, ovejas, perros y pájaros que acompañan el ruido del tallador de madera, el conductor del autobús, la hilandera de lana y las cacerolas en la estufa. El cementerio está vivo con el murmullo de los epitafios y las representaciones pintadas.
Es un lugar «alegre», y quizá esa sea la verdadera razón por la que asi se llama el cementerio. No sólo por sus vivos colores, sino porque aquí se celebra la vida. Aquí los muertos no han desaparecido. Siguen siendo las personas que eran en vida, con sus cualidades y sus defectos, su vida cotidiana, su trabajo, sus ideas, sus deseos y sus miedos. Siguen siendo seres humanos que nos incluyen en la historia y nos hacen eternos.
Texto de Claudia Meyer y fotos de Claudia y Régis Meyer
Mas informaciones :