El adjetivo lo dice todo. Esta casa es orgánica en el sentido literal de la palabra. Es un cuerpo hecho de células y órganos que nos devuelve al momento de nuestro pre-nacimiento, el del vientre de nuestra madre.
Al entrar en la casa, se ve un césped ondulado, salpicado de buganvillas de vivos colores. En este elegante, pero densamente poblado suburbio al norte de la Ciudad de México, es ya un remanso de paz. Sin embargo, justo cuando estábamos a punto de dejarnos seducir por esta visión, una tripa blanca y nacarada desvía nuestra atención, nos atrapa y nos lleva al corazón de un universo extraño y confuso.
Este pasillo suave y redondo nos lleva a profundidades insospechadas. Los pies descalzos se hunden en una suave alfombra blanca, las paredes son lisas y satinadas y los sonidos se vuelven curiosamente suaves. Antes de que puedas acostumbrarte a la impresión que te da, entras en un salón redondo, con paredes y techo, semienterrado, pero a ras de suelo debido a la pendiente del terreno. Un ventanal de formas redondeadas revela la vista que tanto nos había atraído a la entrada.
Esta es la primera habitación de esta casa en la que instintivamente quieres acurrucarte en el sofá que abraza el marco de cristal. Todo es acogedor, sereno y confortable. Estas curvas, que se encuentran por todas partes en los muebles integrados, en blanco crema, son relajantes y … tan evidentes. Nada es habitual, pero todo vibra al unísono con nuestro ser más íntimo.
En cuestión de minutos, los códigos y principios que hemos aprendido se han desvanecido y el animal que llevamos dentro toma el control. Al vivir habitualmente en casas con ángulos rectos, habíamos olvidado hace tiempo que la curva es la prueba del hombre. Javier Senosiain, el arquitecto de esta casa (que imaginó y construyó para su familia) está convencido de ello porque le apasiona la arquitectura orgánica. Ha observado y estudiado los numerosos hábitats de la naturaleza y ha comprobado que, en un principio, siempre prevalece la curvatura; desde los nidos de los pájaros hasta las madrigueras de los roedores, desde las cuevas de los primeros humanos hasta los iglús, tipis, yurtas, casas de tierra de los indios navajos, etc. A nuestro entorno no le gustan
las líneas rectas y los bordes afilados. La tierra en la que vivimos es redonda, al igual que el sol y la luna. Nuestro propio cuerpo está formado por meandros y curvas y sería imposible imaginar que alguno de nuestros órganos fuera cuadrado.
Cuando tomamos conciencia de esta realidad, nos preguntamos por qué el hombre se ha dedicado a una ortogonalidad inflexible, construyendo cada vez más en ángulo recto, superponiendo cubos para hacer casas, que se convierten en edificios, torres y finalmente ciudades.
En Casa Orgánica, la naturaleza -o más exactamente NUESTRA naturaleza- reaparece con fuerza. La sorpresa da paso al encanto y serpenteamos bajo la tierra, como en los relatos de Julio Verne, hacia el corazón de la matriz. La casa nos envuelve, nos acuna, nos abraza. Es una segunda madre y volvemos a ser un niño; las curvas nos dan ganas de sonreír, luego de reír y sobre todo de jugar.
El arquitecto lo sabe y él mismo se ha dejado llevar por este torbellino onírico y alegre, terminando la última pieza de su obra con una enorme cabeza de tiburón. Los pasillos de colores cálidos y brillantes que conducen a las diferentes habitaciones son una invitación a descubrir. Cada nuevo espacio, en el que todo está pensado al detalle, es una revelación. En todas partes hay un inmenso deseo de establecerse, de estar con uno mismo y de aislarse del resto del mundo.
Javier Senosiain se inspiró en otros arquitectos de pensamiento y acción libres como el estadounidense Frank Lloyd Wright, el catalán Antonio Gaudí y el mexicano Luis Barragán. Cada uno de estos arquitectos ha intervenido en su obra, pero su estilo sigue siendo único. Aunque la casa orgánica se parece en algunos aspectos a las «casas burbuja» que estuvieron muy de moda en los años 70 y 80, tiene una audacia adicional. Por su impregnación con el entorno, incrustada en el paisaje como si una lombriz gigante hubiera excavado sus galerías, nos lleva al centro de la esencia.
En el silencio algodonoso de sus curvas, nos hace oír el latido de nuestro corazón. Aquí vivimos y respiramos en simbiosis con el resto del entorno y en armonía con nosotros mismos. Aquí, volvemos a formar parte del cosmos.
Pero, ¿por qué un día la regla ganó a la brújula? ¿Cómo sería el mundo si el hombre hubiera seguido construyendo en redondo?
Texto de Claudia Gillet-Meyer y fotos de Régis Meyer.
POR MAS INFORMACIONES:
- PARA VISITAR LA CASA ORGANICA:
https://casaorganica.org Hay que llegar al hora prevista para aprovechar la estancia y la acogida del joven historiador encargado de la visita
- Libros de Javier Senosiain :
- Un viaje mudo con la familia (y su perro) de Javier Senosiain