Si están paseando por el barrio de San Telmo, en Buenos Aires, es posible que tengan la tentación de detenerse unos minutos en un banco. Entonces podrán charlar con una niña morena de cabeza redonda que quizás les sorprenda con su inimitable franqueza. Digo «intentar» porque la gente hace cola por ese privilegio. Pues, Mafalda, la niña en cuestión, es todo un icono en Argentina.
Primera aparición de Mafalda
Creado por Joaquín Salvador Lavado Tejón, alias Quino, apareció en 1964 en el semanario Primera Plana. Este «papá» virtual coloca entonces a su joven heroína en una familia de clase media de Buenos Aires, en el corazón del barrio de San Telmo. Es una niña que odia la sopa, chaparrita, con un nudo en el pelo y mejillas regordetas. Pero no te equivoques. Lúcida e impertinente, castigará incansablemente a la sociedad que la rodea con comentarios divertidos e incomparables.
El mundo de Mafalda
Tiene amigos, pretextos para sus reflexiones sociales y una familia que a menudo se compadece de ella. Además, hay un mapamundi que inspira sus diatribas sobre el mundo y una tortuga llamada… «burocracia». Durante los siguientes diez años, aproximadamente, no dejará de opinar sobre todo, desde
la política hasta la sociedad de consumo, pasando por el papel de la mujer y la educación. Sus comentarios entrelazan infancia y madurez, humor y sagacidad. Su inimitable sentido de la réplica y sus ingenuas pero inflexibles preguntas atraen a los argentinos. Mafalda les permite hacer frente a los numerosos trastornos que sacuden su país. Rápidamente se hace popular, irresistible y entrañable, soplando un viento de libertad y justicia que se extiende a muchos otros países.
El homenaje
El banco del parque es un símbolo de intercambio, unión social y convivencia. Colocar a Mafalda allí, entre los suyos y en medio de la vida de su ciudad, fue el más bello de los homenajes. Podría ser de carne y hueso, y no sería tan viva. Tenemos tantas ganas de venir a sentarnos a su lado y preguntarle su opinión sobre este mundo que no es mucho mejor. Al anochecer, en la penumbra, es tan real y conmovedora que casi se puede ver cómo se mueven sus labios. Al levantar su dedo meñique acusador, nos recuerda lo importante que es mantenerse crítico y vigilante.
Este banco es mucho más que un mobiliario urbano. Es una plataforma para todos aquellos que, junto a Mafalda, quieren tener una charla de corazón a corazón, decir lo que otros callan y creer en la libertad de pensamiento.
Texto de Claudia Gillet-Meyer, fotos de Régis Meyer.
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