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    El corazón palpitante de las terrazas de arroz de los Hani (CHINA)

    5 enero 2022

    En el suroeste de China, en la provincia de Yunnan y en la frontera con Laos y Vietnam, hay maravillosas esculturas vivas y cambiantes realizadas en la ladera de la montaña según un proceso tradicional que se remonta a unos 1.300 años.

    Miles de personas anónimas trabajan cada día para que esta obra se mantenga en pie y perdure. Se trata de las increíbles terrazas de arroz construidas por los Hani, el pueblo «no Han» que pertenece a la llamada «minoría» de China.


    Estas tierras cultivadas están destinadas a producir alimentos y concebirlas como un «paisaje» puede parecer una interpretación muy occidental, sobre todo porque muchos artistas ya se han apropiado de ellas.

    Sin embargo, ¿quién dijo que el arte y la agricultura no podían coexistir de forma natural? Desde luego no los Hani, para quienes la simbiosis con el entorno es tal que sus creaciones han abrazado el lugar con imaginación, respeto e inteligencia hasta convertirlas en obras de arte. En cerca de 16.000 hectáreas, y en pendientes que van desde los 1800 m hasta los 800 m de altitud, los arrozales se han construido según un sistema ingenioso e interdependiente, utilizando los manantiales de los bosques sagrados, situados río arriba.


    Cerca de 450 km de canales de captación, fabricados con materiales locales, traen el agua que gotea suavemente según un principio de vasos comunicantes, permitiendo que cada parcela se beneficie por igual de este recurso indispensable.

    Cuando una terraza está demasiado llena, el desbordamiento está diseñado para que el agua se infiltre en la siguiente parcela y así sucesivamente. Los juiciosos desvíos, realizados con piedras colocadas en canales secundarios, permiten esta notable orquestación. Asimismo, se hacen agujeros en la tierra para drenar las parcelas y secar las que lo necesiten. El arte y la ingeniería son las bases de este modelo ancestral, que sigue favoreciendo a la comunidad.


    ¿Y qué pasa con el ecosistema que creemos que estamos reinventando? Los Hani han jerarquizado sus terrazas y el arroz no es un monocultivo. Otros cultivos complementarios ocupan estos espacios y las terrazas inferiores se utilizan como zonas de compostaje y viveros para preparar nuevas plantas. Además, la ganadería y los cultivos siempre se han combinado y las terrazas de regadío albergan búfalos o patos, así como peces para complementar los recursos alimenticios.


    Los Hani llevan más de mil años practicando el famoso concepto de permacultura, adaptándose perfectamente a su entorno y estudiando todas las posibilidades para hacerlo funcionar. También han añadido la estética. Esta belleza está sin adornos porque proviene de un profundo respeto por la tierra y las divinidades que la habitan. Al construir estos muros bajos que serpentean por la ladera, los hani dialogan con la naturaleza, la domestican y la veneran porque el agua es el origen de todas las cosas. Por tanto, es un bien precioso que hay que compartir y honrar. La montaña, que acoge estas construcciones de tierra y permite la circulación entre las parcelas, es también un fuerte símbolo de solidaridad y vida en común.

    Encontramos los elementos esenciales del pensamiento taoísta, a saber, la montaña (Shan) y el agua (Shui), que forman la palabra ShanShui que significa «paisaje». Es el encuentro del Yang emitido por la fuerza de la montaña y el yin inducido por la fluidez del agua.

    Como siempre, uno genera al otro y viceversa; este paisaje «humano» de arrozales es una nutrida representación de este ciclo universal del Tao.


    Cuando paseas por estas terrazas, te sorprende esta obviedad y esta armonía absoluta. Incluso los trajes bordados en azul y negro de las mujeres Hani se funden con el paisaje sin perturbarlo.


    Las aldeas están cerca de los campos de arroz para aprovechar las fuentes de agua y el día que estuvimos allí, mientras seguíamos los caminos construidos a lo largo de las paredes bajas, nos encontramos con una de ellas en el recodo de la montaña, perturbando infelizmente una ceremonia de entierro. Con extrema delicadeza, una anciana nos tomó de la mano y nos unió a los ritos funerarios, compartiendo comida y bebida con nosotros mientras se reía de nuestra angustia. Nunca olvidaré los ojos brillantes de esta persona que con tanta naturalidad nos unía a su comunidad. La luz del sol poniente sobre los arrozales se reflejaba en sus pupilas y llevaba consigo toda la serenidad de estos lugares inmemoriales.


    Sin embargo, los profundos cambios que se están produciendo en estas remotas zonas rurales plantean interrogantes sobre el futuro de este modo de vida, que tan bien ha resistido hasta ahora.

    Los arrozales del Valle del Río Rojo son Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, pero ¿resistirán las nuevas generaciones Hani a la llamada de la modernización? La protección puede salvar el lugar, pero es de esperar que no sea a costa de la vida que allí se desarrolla. Porque las terrazas de arroz son mucho más que una bella postal. Tienen un corazón palpitante y un alma ligada a las fuerzas sagradas de la naturaleza que hay que preservar incluso más que el paisaje que les acompaña.

    Texto y fotos de Claudia Gillet-Meyer.

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